Oveja Negra
Revista Universitaria
Salta, Argentina
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viernes, 15 de febrero de 2008

Holver Martínez Borelli (1930-1978). Un escritor fuera de “los lugares comunes”

Revista N°3. Marzo 2007
Por: Susana A. C. Rodríguez



Ellos también en su piedad/ nos miran/ no nos dejan


de ver.// Si por un solo instante/ dejaran de mirarnos/


desapareceríamos. (H.M.B. “Los pobres” en Los lugares


comunes)



Muy oportuno el pedido de Oveja negra de trazar una semblanza de ese hombre completo que fue Holver Martínez Borelli porque es necesario descorrer una y otra vez las cortinas del olvido o, lo que es lo mismo pero dicho diferente, salir de los lugares comunes de la crítica, que la mayoría de las veces repite “figuritas”. Al echar un vistazo a la Breve historia de la literatura argentina escrita por Martín Prieto (un académico joven pero con viejas mañas, y además ¡poeta!) tomo en cuenta de que sólo incorpora tres escritores de Salta: Juan Carlos Dávalos, Jaime Dávalos y Manuel J. Castilla. ¿Qué se fizieron, oh Prieto, los/las demás? Aquí mismo en Salta, no hemos sido justos (por parciales) y si hojeamos la segunda parte del tomo II del Estudio socio-económico y cultural de Salta (1982), al olvido de que el español no es la única lengua que se habla en Salta, ¡se suma el de la poesía de Martínez Borelli!
Menos mal que por estos lares los poetas no se descuidan con tanta facilidad y tenemos a “la Kuky” Leonardi Herrán[1] que se ha obstinado en recordar qué buen poeta y qué buen hombre (en sentido machadiano) fue Holver. Menos mal, también, que no se teme unir poesía y política, dándome pie para discurrir sobre el tema, de modo que al leer la revista se recuerde que fue Holver quien -como Rector de la Universidad Nacional de Salta- hizo aprobar, en palabras de Sylvester, “un lema significativo para el escudo de la universidad: «Mi sabiduría viene de esta tierra»”; aspecto no menor, porque al recorrer las tradiciones universitarias de Argentina (hablo de las públicas, porque son las que defiendo) encontramos que sólo nuestra universidad tiene un escudo de naturaleza regional. ¿Algún día nos mereceremos el hecho de trabajar y estudiar en una universidad que se sostiene en tan altos designios? ¿Algún día algún académico reconocerá que esto también es poesía?
Bueno, al grano. Poeta precoz, Holver obtuvo diversos premios en 1946, escribió en los periódicos locales y en “La Gaceta” de Tucumán, fundó la filial SADE junto a otro olvidado, Antonio Nella Castro y sólo publicó en vida Víspera del mar (1968), edición de CEPA al cuidado de Manuel J. Castilla. Escritor y militante político, su compromiso universitario lo llevó a dirigir la normalización de la UNSa a posteriori de la siniestra dictadura iniciada por Onganía (1966-1973); por su filiación al peronismo revolucionario no sólo fue separado del cargo, sino torturado y obligado a dejar su tierra y morir lejos, el 28 de agosto de 1978, cuando su corazón decidió que ya no podía sobrellevar tanto exilio.
Mucho antes del fin, este hombre abocado al estudio de las humanidades -que no llegó a ordenarse sacerdote porque su vocación lo orientó hacia las leyes-, escribió y publicó siete años después de recibirse de abogado, Víspera del mar, donde se advierte de qué manera inextricable se unen el amor, la fe y la política en el “rostro” que los poemas crean. El poeta se inscribe en la tradición poética que asocia el mar con la vida y con la muerte, sabe que esta última no es decisión propia y sabe también, lo anunciará en Los lugares comunes, que el paraíso se pelea en la tierra, con los hombres. Cuando uno recorre este poemario en el que predomina el verso libre observa que se ha puesto en movimiento un proyecto de vida irrenunciable, tal como leemos en “He llegado hasta el fondo”: Ni la intemperie,/ni el desprecio,/ tuercen la marcha que me he puesto/ hacia el amanecer. En el trayecto que une la vida y la muerte, cuyo sentido cristiano se concreta en el “amanecer”, la disposición del sujeto poético es de quien tiene un destino que cumplir: Miradme bien./ Bien sé que os debo el nombre todavía./ Os lo diré:/ Yo soy el que hago tiempo/ y voy, como quien dice, confiándome a la/ muerte (“Me he confiado a la muerte”).
Sin embargo, es en Los lugares comunes donde se hace texto el proyecto insinuado en el poemario anterior. Su apertura, “Instrucciones a bordo para un poeta”, contiene el citadísimo verso final: Hay un chaleco salvavidas/ debajo de su asiento/ y más allá/ sobre el costado izquierdo/ la puerta de emergencia.// Cuando por ella escape el corazón/ salga la muerte/ toda la metafísica/ quemaremos la nave.// Que nadie intente abandonar la tierra. Podríamos leer este poemario desde múltiples perspectivas, porque su riqueza semántica es inestimable, pero elegimos un punto de vista, éste de las relaciones entre la poesía y la política. Entonces debemos destacar que para Holver son indivisibles, con claridad lo afirma en “La vida hacía fuego”:

Ella seguía enamorada
de ciertas horas de la siesta
particularmente de un jardín
de una ventana
de determinado modo de respirar
entre tanto
la vida abría fuego
disparaba sus armas
contra los que pueden hacer el olvido.

Se me acaba el espacio concedido, no el deseo de seguir, por lo que insto a los lectores a pedir en biblioteca los libros de Holver y detenerse en los poemas de éste con cuyo título juego, porque nada más fuera de “los lugares comunes” que su poesía, abierta al infinito en que no podrá desasirse de la vida cotidiana, de la lucha por un mundo más justo. Así sea.


Salta, domingo 10 de diciembre de 2006




[1] En 1963 Holver es candidato a gobernador. Ese mismo año Raúl Aráoz Anzoátegui incorpora su escritura en su Antología poética de Salta, selección que -como bien dice Elisa Moyano- está fundada en criterios literarios. Sugiero que lean el bellísimo prólogo que Santiago Sylvester escribió en 1984 (“El padre en hombros”) para la edición (venezolana) de Los lugares comunes (1987). En 1992 se editó la Obra poética de Holver, una selección realizada por la Comisión Bicameral Examinadora de Autores Salteños.

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